Marcos 9:2; Lucas 9:28; Mateo 17:1-13
La
porción de la Escritura que encontramos en Mateo 17 se llama comúnmente
la transfiguración. Yo creo que en un sentido el termino podría
confundirnos si pensáramos que en ese monte Jesucristo se transforma en
algo espectacular, que no es lo normal para él, o que fuera ajeno a su
persona. Por el contrario en el monte de la transfiguración los
discípulos ven al Señor con la gloria que él tiene en forma normal y
habitual. Desde la eternidad sin fin él ha estado con su Padre, como se
revela en Juan 17:5 “Ahora pues, Padre, glorifícame tu en tu misma
presencia, con la gloria que yo tenía en tu presencia antes que
existiera el mundo”.
Es importante destacar que solo tres
discípulos vieron esta manifestación de la gloria del Señor Jesús.
¡Cuánto necesitamos todos tener un percepción espiritual del Señor
Jesucristo glorificado! Todos hemos sido expuestos al niño Jesús en el
pesebre, o al Salvador muriendo en la cruz; ¡pero cuan necesario es que
le veamos tal como él está hoy: glorificado!
Queremos recalcar que
el propósito de subir al monte de la transfiguración no era hacer un
acto espectacular, teatral, “hollywoodense” para impresionar a los
discípulos. La razón por la cual consideramos este episodio en el
estudio de los milagros, es porque hay por lo menos cinco fenómenos que
podríamos llamar sobrenaturales o por lo menos, no habituales. En primer
lugar, el rostro de Jesucristo resplandece como el sol.
En
segundo lugar, los vestidos del Mesías se tornan blancos como la luz o
tan blancos que ningún lavador los puede hacer tan blancos.
En
tercer lugar, aparecen dos personajes importantísimos del Antiguo
Testamento: Moisés representando la ley, y Elías representando a los
profetas. Ellos están ahora hablando con Jesús, a pesar de haber muerto
cientos de años atrás.
En cuarto lugar, apareció una nube muy
especial. Si ese día no había nubes, fue una gran sorpresa, y si las
había, esta nube se movía de una manera diferente a las otras nubes.
Esto de por sí es un fenómeno que sin ninguna duda nos daría mucho que
pensar. A veces durante tormentas hemos visto nubes que se mueven en
direcciones distintas debido a dos corrientes de aire. Pero esta nube se
mueve como si tuviera un control remoto. Las nubes cuando hay luz
producen sombra. Normalmente cuando hablamos de la sombra pensamos en Ia
sombra de la luz y del calor del sol.
Pienso que tendríamos que
considerar aquí que la sombra se refiere a la que se produce por la gran
luz que viene del Señor Jesucristo. Alguien me diría: “Y cómo sabe
usted que la sombra no se refiere a la sombra del sol?”. Bueno, en
primer lugar creemos que es muy probable que esto haya sucedido durante
la noche. El Señor Jesús acostumbraba subir al monte a orar de noche.
Las actividades del día le hubieran impedido subir. El hecho de que los
discípulos tenían mucho sueño y luchaban para no dormirse, nos sugiere
otra vez que esto sería algo durante las horas en que normal mente ellos
estarían descansando.
El quinto prodigio es que se oye una voz de la
nube que dice: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia. A
él oíd” (Mat. 17:5).
Ei sexto elemento, quizás en un sentido no
tan impresionante, pero sin embargo muy importante, es que hay una
conversación entre los tres en la que se habla del tema de su salida, Ia
cual había de cumplir en Jerusalén.
Están hablando sobre su
salida o éxodo, es decir, su muerte por crucifixión. Dos de los
personajes más importantes del Antiguo Testamento están interesados en
lo que le va a suceder en el futuro inmediato a Jesús de Nazaret.
Sigamos
el relato del capítulo 9 de Lucas. En el versículo 28 leemos:
“Aconteció, como ocho días después de estas palabras, que tomó consigo a
Pedro, a Juan y a Jacobo, y subió al monte a orar”. Nos preguntamos:
¿por qué esos nueve discípulos se quedaron abajo? Los que subieron
tuvieron una clase sobre las glorias y excelencias del Señor Jesucristo.
Los nueve que se quedaron van a tratar inútilmente de curar al joven
lunático con Ia consecuencia de un fracaso completo. Aquellos tres son
los mismos que son elegidos cuando él va a resucitar a la hija de Jairo y
son los mismos que luego llevaría a estar con él en el huerto de
Getsemaní.
Uno piensa que Ia razón por la que ci Señor Jesús
escoge a estos y no a los otros es que de alguna manera Pedro, Jacobo y
Juan tienen un discernimiento espiritual mayor. Quizás tienen un deseo
más intenso de estar con el Salvador. Podría ser posible que eligiera a
estos tres porque tenían una sensibilidad espiritual más re1nada. Sin
duda Jesús, que sabe todo lo que hay en el corazón del hombre, no iba a
permitir que Judas Iscariote lo viera en su gloria. Esto hubiera sido
como echarle perlas a los puercos. Si tú o yo hubiéramos estado allí en
aquel momento, ¿hubiéramos sido de aquellos que estaban dispuestos a
subir al monte?
Quizás yo hubiera dicho: “Señor, estoy cansado
porque el día fue largo y no tengo ganas de subir al monte”. Pude haber
argumentado que desde abajo se podía orar tan bien como de arriba en el
monte. Yo me imagino que en muchas iglesias donde Ia palabra del Señor
se predica con fidelidad, debe haber algunos que quieren subir al monte
de Ia instrucción para ser enseñados por el Señor Jesús. Me imagino que
hay hermanos y hermanas que quieren profundizar en las verdades de Ia
oración del Señor Jesús con su Padre en Juan 17, y que hay creyentes que
quieren ver algo más de Ia gloria que le pertenece a aquel que dijo:
“Padre, quiero que donde yo esté, también estén conmigo aquellos que me
has dado, para que vean mi gloria que me has dado, porque me has amado
desde antes de la fundación del mundo” (Juan 17:24).
Lucas 9:29
nos dice: “Y mientras oraba, la apariencia de su rostro se hizo otra, y
sus vestiduras se hicieron blancas y resplandecientes”. Su rostro
resplandeció como el sol.
¡Qué hermoso es el rostro de aquel a
quien nunca hemos visto y amamos! Cuando tenemos alguien que nos quiere
mucho amamos ese rostro, no porque sea especialmente bonito sino porque
sabemos que en ese rostro hay sentimientos de amor hacia nosotros. Por
eso tenemos ese dicho que expresa que para las madres todos los hijos
son lindos (ver Isa. 52:14; Juan 1:14).
Volvamos a Lucas 9:29: “Y
mientras oraba, la apariencia de su rostro se hizo otra, y sus
vestiduras se hicieron blancas y resplandecientes”. Mateo 17 nos da el
detalle que su cara resplandeció como el sol. Es decir, Ia apariencia de
su cara era tan luminosa que era similar a Ia del sol. Por supuesto que
el sol es el astro que produce sobre Ia tierra Ia mayor cantidad de luz
que podemos imaginar. Nosotros con una lámpara eléctrica a veces
podemos iluminar 20, 50 o cien metros. Pero el sol ilumina miles y
millones de intensidad que nosotros no podemos igualar. Nos podríamos
preguntar por qué el rostro del Señor Jesucristo está resplandeciendo
como el sol, y la respuesta no es que Dios quiera que su Hijo muestre un
aspecto de tipo teatral fantástico. ¡De ninguna manera! El rostro del
Señor Jesús como el sol expresa algo de su gloria inescudriñable e
impenetrable.
Su cara no brilla un poco menos que el sol sino como
el sol cuando resplandece en su fuerza. Los discípulos tienen una
visión de Jesucristo con la gloria que le pertenece como el eterno Hijo
de Dios.
En Juan 17:24 vemos algo sobre Ia gloria del Señor Jesús y
su deseo de compartirla con los creyentes. Allí leemos: “Padre, quiero
que donde yo esté, también estén conmigo aquellos que me has dado, para
que vean mi gloria que me has dado, porque me has amado desde antes de
la fundación del mundo” (ver “gloria” en Rom. 8:16-18; Ef. 3:20-21; Col.
1:27; 2 Ped.1:16-18; Apoc. 1:5-6; 5:11-13).
En Marcos 9:3 leemos:
“Sus vestiduras se hicieron resplandecientes, muy blancas, tanto que
ningún lavandero en Ia tierra las puede dejar tan blancas”. Marcos tiene
dificultad en poder expresar cómo son esas vestiduras. Primero, nos
dice que son resplandecientes; luego nos hace una comparación inesperada
al decir “muy blancas, tanto que ningún lavandero en Ia tierra las
puede dejar tan blancas”. Creo que nos quiere decir: “No he visto algo
tan blanco en mi vida!”.
Cuando vamos a comprar pintura para
pintar una pared, nos sorprendemos al ver cuántos tipos y matices del
color blanco hay. Pero aquí hay un blanco que es como Ia nieve,
absolutamente blanco. Creo que esto nos habla de esa pureza y santidad
absolutas del Señor Jesucristo. Es una pureza que no permite
absolutamente nada que Ia contamine o que le saque algo de su virtud.
Y
agrega el evangelio que se les apareció Elias con Moisés que hablaban
con Jesús. Lucas añade: “quienes aparecieron en gloria” (9:31). Elías,
representando a los profetas y Moisés representando Ia ley.
El
tema que discutían era Ia partida (éxodo) que cumpliría en Jerusalén.
Este era un tema de gran importancia, y que seguramente incluía la
muerte redentora de Jesús más Ia resurrección y ascensión.
Pedro,
como siempre, está entusiasmado por lo que acaba de ver. No sólo el
aspecto de su maestro es extraordinario, sino también ve a dos personas
muy importantes de la historia de Israel. Observemos que Moisés y Elías
tienen algo en común que es interesante y es que no hay un sepulcro de
ninguno de ellos. Moisés murió y el cuerpo lo escondió Dios y leemos que
hubo una contienda sobre ese cuerpo. En Judas 9 leemos: Pero ni aun el
arcángel Miguel, cuando contendía disputando con el diablo sobre el
cuerpo de Moisés, se atrevió a pronunciar un juicio de maldición contra
él, sino que dijo: ‘El Señor te reprenda”. EI cuerpo de Elías tampoco
fue sepultado porque la Biblia nos dice que subió al cielo en un carro
de fuego.
Creemos que Moisés es simbólico de los creyentes que van
a morir y ser enterrados esperando la venida del Señor Jesús en las
nubes como lo enseña 1 Tesalonicenses en el capítulo cuatro. Elías
simboliza a los creyentes que van a ser arrebatados para recibir al
Señor en el aire y que no van a pasar por las puertas de la muerte.
J.
Sidlow Baxter en su devocional Awake my Heart (“Despierta mi corazón”)
nos dice: “1) La aparición de Moisés y Elías es una demostración con una
prueba de que hay vida después de la muerte, pues allí aparecen y están
vivos. 2) Moisés y Elias aparecen como individuos. No hay nada como un
“nirvana” o la autoextinción en lo infinito. 3) Aparecen como
personalidades en continuidad. Moisés es todavía Moisés y Elías es
todavía Elías”.
Marcos 9:5 nos dice: “Entonces intervino Pedro y
dijo a Jesús: ‘Rabí, es bueno que nosotros estemos aquí. Levantemos,
pues, tres enramadas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”.
Pedro está pensando: “¡Cómo nos gusta este espectáculo! ¡Qué agradable y
placentero estar aquí en el monte nada menos que con nuestro Maestro,
Moisés y Elías!”. En Marcos 8:31-33 leemos que Pedro no quería que Jesús
padeciera. Ahora Pedro ve Ia posibilidad de evitar lo que parece ser
una tragedia, según lo que el Señor Jesús le ha dicho. “Si nos quedamos
arriba en el monte todo va a estar bien. Quién se va a atrever a venir
aquí a discutir con el profeta Elías, el que mandó que cayera fuego del
cielo y mató a los impíos que venían a arrestarlo? Y quién se iba a
atrever a discutir con Moisés?”.
Marcos 9:6 nos dice: “Pues él no
sabía qué decir, porque tuvieron miedo”. ¡Cuántas veces nosotros no
hacemos lo mismo! Hablamos sin saberlo que decimos. O hablamos lo que
tiene sentido del punto de vista humano pero no necesariamente del punto
de vista de Dios.
Versículo 7: “Vino una nube haciéndoles sombra,
y desde la nube una voz decía: ‘Este es mi hijo amado; a él oíd”. Esta
nube es muy especial. Viene y les hace sombra. En Lucas 9:34 leemos:
“Mientras él [Pedro] estaba diciendo esto, vino una nube y les hizo
sombra. Y ellos tuvieron temor cuando entraron en Ia nube”. Algunos han
identificado esta nube con la Shekinah o la nube de gloria a la que se
hace referencia en el Antiguo Testamento.
Decíamos antes que nos
inclinábamos a pensar que era de noche cuando ia transfiguración
sucedió. En el caso que el cielo no estuviera enteramente despejado y
hubiera otras nubes, sería interesante ver a esta nube que parece que
tiene un control remoto y que se mueve de forma distinta que ias otras.
Se mueve hasta ponerse en una posición de hacer sombra. Dios apareció en
el Antiguo Testamento con relación a una nube en Éxodo 19:9: “Jehovah
dijo a Moisés: ‘He aquí, yo vendrá a ti en una densa nube, para que el
pueblo oiga mientras yo hablo contigo y te crea para siempre...” (Ver
también 1 Rey. 18:44).
En cuanto a Moisés y Elías, parecería que
cuando desaparecen lo hacen de una manera súbita. Marcos 9:8 nos dice:
“de inmediato, mirando alrededor, ya no vieron a nadie más con ellos,
sino sólo a Jesús”.
Observen que Ia nube les hizo sombra. ¿Sombra
de qué, si era, como creemos, de noche? Matthew Henry piensa que les
hizo sombra en el sentido que actuó como una especie de filtro para
disminuir el resplandor formidable que les lastimaría los ojos, y
agrega: “esta nube era para sus ojos como las parábolas para nuestro
entendimiento; para proyectar cosas espirituales pero sensibles que
ellos pudieran soportarlas”. En Marcos 9:7 vimos que “Vino una nube
haciéndoles sombra, y desde la nube una voz decía: ‘Este es mi hijo
amado; a él oíd”. Por supuesto era la voz de Dios.
Cuando el Señor
habla su voz puede llegarnos de distintas maneras. Moisés escuchó Ia
voz de Dios y lo tenemos descrito en Éxodo 19:17-19. Aquí la comparación
nos sugiere algo de gran intensidad que va creciendo en volumen.
“Moisés hizo salir al pueblo del campamento al encuentro de Dios, y se
detuvieron al pie del monte. Todo el monte Sinal humeaba, porque Jehovah
había descendido sobre él en medio de fuego. El humo subía como el humo
de un horno, y todo el monte se estremeció en gran manera. Mientras el
sonido de la corneta se intensificaba en extremo, Moisés hablaba, y Dios le respondía con truenos” (ver Job 38:1-4; 1 Rey.19:9-13; Sal. 28:3-5; Juan 7:37-39).
¡Cuánto
nos gustaría conocer los detalles de la conversación en el monte de la
transfiguración! Las Escrituras nos dicen en Lucas 9:31 que Moisés y
Elias aparecieron en gloria y hablaban de la partida del Señor, la cual
había de cumplir en Jerusalén. Notamos que la palabra aquí en griego es doxa,
que en general se traduce “gloria”. Es decir, Moisés y Elías
aparecieron no ya más como aquellos hombres que sufrieron grandes
dificultades y también obtuvieron grandes triunfos; ahora aparecen en
gloria. Hablan de su salida en Jerusalén. Esta palabra se utiliza sólo
tres veces en el Nuevo Testamento y es Ia palabra éxodos de donde
sacamos el nombre del segundo libro de Ia Biblia. La vemos también en
Hebreos 11:22 y 2 Pedro 1:15.
Miremos ahora los versículos que
siguen: “Porque os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro
Señor Jesucristo, no siguiendo fábulas artificiosas, sino porque fuimos
testigos oculares de su majestad.
Porque al recibir de parre de
Dios Padre honra gloria, desde la grandiosa gloria le fue dirigida una
voz: O Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia’. Y nosotros
oímos esta voz dirigida desde el cielo cuando estábamos con él en el
monte santo” (w. 16-18).
¡Cómo necesitamos en el día de hoy
los creyentes percibir en nuestros corazones algo más de Ia gloria y
majestad del Señor Jesucristo!
Temas para predicadores
¿Sería yo uno de los elegidos para subir al monte?
Viendo Ia gloria del Señor.
"Este es mi Hijo amado, a él oíd"
Hablando sin saber lo que se dice.
El desafío de bajar del monte a la realidad.
Extraido de: Un médico examina los milagros de Jesús
Editorial Mundo Hispano 2007 (Pág.213-219)